Hoy se
habla de una nueva época, una que surge en el seno de las vanguardias y rompe
con las estructuras como un fracaso de la Modernidad. Se habla de la
“imaginación al poder”, de una nueva forma de pensar que escapa del clásico
pensamiento racional. Se habla de pequeñas historias que reemplazan a los
grandes relatos y la pérdida de fe en el progreso ilimitado que proponían los
tiempos modernos.
Se habla de
la Posmodernidad, de la época donde todo es provisorio y la vida es HOY.
Las
palabras que podrían definir esta nueva sociedad son varias, pero todas tienen
un punto de partida en común: lo efímero. Esta era se caracteriza por cambiar
constantemente, por durar poco. Todos los días nos rodeamos de cosas nuevas,
cosas que vienen a reemplazar a otras, cosas que desplazan porque el término “viejo”
parece hacerse paso con rapidez. Esto se relaciona directamente con otra de las
palabras que aparecen en la Posmodernidad: el consumismo. Una palabra
importante, una palabra que abarca no solo el hecho de la producción masiva,
sino que también la continua inversión para saber más, para investigar y
avanzar en el campo de la ciencia. El avance tecnológico es uno de los causantes
del impacto consumista en la sociedad, lo que motoriza este sistema
capitalista. Todos los días un nuevo producto sale a la venta, una nueva
aplicación para usar, un nuevo auto, un nuevo celular; algo nuevo que no tienen
las otra cosas, algo novedoso pero que al ser adquirido ya pierde ese valor de
innovación.
Asimismo esta
sociedad está fuertemente condicionada por la aparición de una comunidad multidimensional,
donde el hombre no encuentra límites geográficos y el planeta funciona como una
gran ciudad a distancia debido al nivel de conectividad al cual todos tienen
acceso; Javier Echeverría, un filósofo español, describe este concepto en su
publicación “Telépolis”. En esta nueva ciudad el ser humano se relaciona con
mayor facilidad, a través de aparatos con traductores de idiomas, a través de
imágenes que funcionan como un lenguaje universal, a través de pantallas y de íconos.
El hombre de esta polis busca formar parte, ser visto por todos en el espacio
público y vive su vida para las cámaras que funcionan como la nueva expresión social.
Aun así, este telehombre vive en su mundo y en su propia burbuja. No le interesa si sus
acciones perjudican, no le interesa respetar las normas para vivir en sociedad.
El telehombre ya no tiene los mismos valores, no llega en horario, no corteja a
la mujer, no considera que su espacio sea compartido por otros en un plano físico y real, pero si por las
opiniones de los otros que forman parte del mundo interconectado. El telehombre es dependiente de un aparato que lo une y lo aísla al mismo tiempo, que lo hace vivir de apariencias, que lo
obliga a dejar una evidencia de cada momento que vive, porque sin una selfie que
lo pruebe es como si no lo hubiera vivido.
Simio Menor.

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